Gran Cemí: el ídolo ausente
 
								
				
				Miguel Lozano
En el contexto de la revalorización de los aportes indígenas a la nacionalidad cubana, en auge durante los últimos años, resalta hoy la importancia del Gran Cemí, el mayor petroglifo vinculado a la población precolombina de la isla del cual se tiene conocimiento.
La pieza, originalmente ubicada en la cueva de Patana en la oriental  provincia de Guantánamo, pudo haber sido elemento clave en un centro  ceremonial que para algunos expertos fue especie de observatorio  astronómico donde los taínos determinaban los períodos de lluvia y seca.
 Esta hipótesis defendida por los investigadores Racso Fernández y José  B. González en su libro El enigma de los petroglifos aborígenes de Cuba y  el Caribe Insular contradice la creencia aceptada que atribuye a los  taínos un nivel muy inferior de conocimientos.
 Desde 1915, sin  embargo, el Gran Cemí fue sacado del país por el arqueólogo  estadounidense Mark R. Harrington y reposa en los sótanos del Museo del  Indio de Nueva York, como comprobó el estudioso cubano Alejandro  Hartman, historiador de Baracoa, la Villa Primada de Cuba.
 "Ese  ídolo es representación de una deidad, de la adoración de los  antecesores nuestros. Era el concepto de respeto espiritual, de aquellas  creencias de la época y de todo lo que representaba para ellos", afirma  Hartman en entrevista con Prensa Latina.
 Paralelamente, el  historiador asegura que el regreso de este petroglifo a su ubicación  original en la cueva es una aspiración de los habitantes de esa zona:  "es un deseo de los pobladores de Patana", subrayó.
 Aunque  Harrington cortó el petroglifo y lo llevó a Estados Unidos, Hartman  estima que no fue un depredador, porque todavía las cinco mil piezas  sacadas por ese investigador se conservan en el Museo del Indio  Americano, como él mismo comprobó.
 Recuerda que las autoridades  de la época le permitieron sacar en goletas desde Baracoa hacia Nueva  York todas esas piezas. "No robó nada, fue autorizado a hacer las  investigaciones y a extraer. Esos eran los contubernios de los gobiernos  aquellos que permitían el saqueo", explica.
 Para el historiador  cubano hay una diferencia entre quienes roban piedras, se las llevan y  las venden, y este caso: el de un científico interesado en conservarlas.
 Al mismo tiempo considera válida la aspiración de los pobladores, en  particular de la familia Mosquera -que apoyó  a Harrington en sus  investigaciones- para la devolución del ídolo, no a un museo -dice- sino  a la cueva de la cual salió.
 No perdemos la esperanza -afirma  Hartman- que algún día el ídolo esté otra vez en la cueva de Patana para  satisfacción de esa familia de los Mosquera quienes lo recuerdan y  añoran y sobre todo porque es un elemento patrimonial muy querido por  las comunidades de esa zona.
 Para Fernández y González, quienes  realizaron comparaciones entre muestras arqueológica cubanas y de otros  países del Caribe, ese centro ceremonial fue creado por  pobladores de  Cuba llegados de La Española (República Dominica y Haití) 
Basados  en estudios de expertos dominicanos sobre petroglifos en la Plaza de  Chacuey y la Cueva de Sábila y la pictografía de la cueva El  Ferrocarril, los especialistas aseguran que en el caso del Gran Cemí se  trata de una representación del dios de la lluvia Boinayel.
 Entre los elementos que sustentan su afirmación citan fotografías y  descripciones de Harrington según las cuales "se distinguen los ojos, de  los cuales penden pequeñas lágrimas que reposan sobre las mejillas".
 Asimismo esgrimen estudios realizados en 1947 por el sabio cubano  Fernando Ortiz, quien relacionó con esa deidad las figuras  "llora-lluvias" halladas en restos de cerámica y llamó la atención sobre  la existencia en el Gran Cemí de una especie de cintillo, atributo de  otros dioses "llorones".     De acuerdo con las mediciones realizadas  por Fernández y González, el Gran Cemí ocupaba el lugar primordial en el  centro ceremonial de la caverna también llamada Cueva de los Bichos,  ubicada unos 100 metros sobre el nivel del mar.
 Según Harrington, la figura tiene una altura de 1,22 metros y estaba ubicada de forma que parecía mirar al Este.
 En opinión del estadounidense "la naturaleza la había colocado de tal  manera que a cierta hora de la mañana, por lo menos durante nuestra  estancia en junio y julio, un rayo de sol penetrando por una hendidura  caía de lleno sobre su rostro".
 Fernández y González no  consideran accidental la ubicación y llaman la atención que la imagen  fuera esculpida en la cara de la estalagmita que daba al Este y permitía  su iluminación durante el Solsticio de verano, cuando el sol alcanza su  máxima distancia del Ecuador (21 y 22 de junio).
 Esta es una  fecha importante pues marca el momento en que las precipitaciones se  hacen casi diarias desde el mediodía, elemento de relevancia para una  tribu agrícola en Cuba, país con sólo dos estaciones climáticas (seca y  lluvia).
 Debido a ello no es de extrañar que los indígenas  cubanos sintieran la misma necesidad de otras poblaciones del Caribe de  venerar un cemí que hiciera llover, ante el conocimiento limitado de la  naturaleza.
 Pese a la certeza sobre la extinción de los  indígenas cubanos debido a las condiciones a que fueron sometidos por la  colonización española, en los últimos años gana espacio entre  estudiosos la necesidad de realizar estudios más profundos sobre estos  pobladores.
 Hoy realmente no puede hablarse de la existencia de  una comunidad indígena en la isla, aunque sí existen campesinos que por  sus rasgos parecen descendientes de los aborígenes ubicados sobe todo en  zona oriental de la isla.
 En opinión de historiadores, entre  ellos Hartman, la revalorización del aporte de los indígenas a la  nacionalidad cubana juega un papel importante en el fortalecimiento del  orgullo de pertenencia de lo cubano y el Gran Cemí, pese a estar  ausente, es una pieza de valor insustituible.
ML
 
       
		
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